En catalán existe un expresión que reza: «Qui no té feina, se’n busca«, cuya traducción literal sería: «Quien no tiene trabajo, se lo busca«. Contra lo que pueda parecer, ésta es una frase hecha que se usa irónicamente para reseñar -y a veces, criticar- a aquellas personas que tienen una marcada tendencia a complicarse la vida y, con todos nuestros respetos, creemos que es fácilmente aplicable a multitud de docentes que en horas libres, fines de semana y vacaciones, en suma, en un tiempo libre escatimado la mayoría de las veces a la familia, intentan mejorar su trabajo en el aula, casi siempre como Dios les da a entender, por la vía de las tic, las tac o las tuc, que todas merecen respeto por igual.
Aunque suene a pedante -ésta no es nuestra intención-, somos dos de esas docentes que hay por esos mundos que desde hace más de cinco años nos entretenemos a complicarnos la vida, a veces con resultados satisfactorios y otras,… Una piensa, diseña, elabora proyectos, actividades, maneras de explicar y, sobre todo, aplicar unos contenidos tras los que se esconden unas habilidades, con la mejor de las intenciones, pero no siempre se obtiene el resultado esperado; y lo que es peor: con el grupo A funciona y con el B no, o el curso pasado fue de maravilla y este año no se aprovecha casi nada. Cambian las personas, probablemente difieren los resultados, con lo que vuelta a pensar: en qué ha fallado, por qué, cómo he tenido que modificarlo sobre la marcha,…
¿Por qué tanto esfuerzo y tanto tiempo empleado en ello? Fácil pregunta y, hoy por hoy, sin una respuesta racional y unívoca. ¿Para qué? Más allá, mucho más allá de la propia materia o asignatura, para que un alumnado, a veces poco interesado en los contenidos escolares, adquiera unas competencias que necesitará el día que salga del instituto y tenga que interactuar plenamente en un mundo complejo.
¿A cambio de qué? La respuesta es evidente: no esperamos nada; ningún docente en su sano juicio espera nada. A la Administración le da igual, si es que no le produce resquemor porque no lo puede controlare; algunos de tus compañeros de claustro te miran de soslayo; los padres, depende de si el niño o la niña aprueba, no de que aprehenda; el alumno, con los años te recompensa con un comentario o simplemente contemplando su trayectoria personal, pero ¡qué largo me lo fiais!
De inmediato, la legítima satisfacción al comprobar, mediante contadores y demás artilugios, que hay gente que emplea tu material. Y cuando algún colega, al que no conoces y probablemente no llegarás a conocer nunca, te manda un correo diciéndote que ha utilizado tal o cual actividad o que a partir de tu actividad, él o ella ha ido más allá y ha obtenido resultados aceptables, entonces… en tu fuero interno, te hinchas como un pavo real.